Impacto

martes, 4 de febrero de 2014

Pesadilla antes del paraíso


Existe una posibilidad muy remota de que yendo en el autobús de los chalados que os comentaba en la entrada anterior, nos pegásemos un leñazo contra algo y el otro barrio resulte la isla de Koh Rong Samloen. Menuda preciosidad. La arena más blanca que recuerdo, rodeado de vegetación y un mar calmado y claro. Pero si estás leyendo esto, creo que significa que no nos quedamos a mitad de camino empotrados contra una señal, por ejemplo, sino que todo lo que vivimos fue real. Pero como siempre, os lo explicaré con orden.

La exasperante travesía concluyó con la llegada a Sihaonuk Ville casi dos horas más tarde de lo previsto y esos impresentables del autobús sacaron las maletas de todos los pasajeros tirándolas muy cerca de un montón de basura y a un suelo polvoriento que nos dejó las mochilas rojas y muy sucias. A contrarreloj (llegamos sobre las 9.15 y nuestro barco salía a las 9.30), cogimos el equipaje mientras un ‘tuk-tukero’ nos esperaba con un cartel con el nombre y apellido de Clara y que nos dijo “tranquilos, he hablado con los del barco y nos esperan”.

Sihanouk Ville es algo más alegre que Seam Reap, pero nada del otro mundo, una ciudad costera que como el resto del país, parece que está por terminar. Tras llegar al muelle, le preguntamos al chófer cual era nuestro barco y él, con cara de panoli, nos apuntó a uno que estaba en mitad del mar como a 700 metros. “Ese”. Pues vaya… Un chaval que controlaba los billetes y con cara todavía más de panoli –Apenas parecía que superara los 16 años- se ve que era el que ‘pinchaba y cortaba’ el bacalao y con un golpe de teléfono hizo que el barco volviera al muelle a por nosotros.

La travesía fue dura porque en teoría nos habían dicho que íbamos directos a la isla pero resulta que estábamos en un barco tipo ‘Don Juan’ del puerto así que nos chupamos alguna excursión porque íbamos cargados de chinos –ya sabéis, el puñetero año nuevo-. Preguntamos a los del barco, que no tenían ni idea de inglés, cuál era nuestra isla y nuestro hotel, y nos dijeron que era Koh Rong. La siguiente parada, pasada ya la hora de viaje, fue Koh Rong Samloen, una isla que la guía decía que apenas tenía unos bungalows construidos y que la verdad es que era nuestra primera opción.

La isla nos encantó desde el primer momento. Su arena blanca, sus aguas tranquilas, la sensación de paz… Es cierto que estaba un poco sucia y que hay algunos obreros levantando algunos resorts más, pero era un paraíso. Estuvimos una hora y luego el barco hizo sonar la bocina y fue hora de volver. Ya instalados y a punto de zarpar vino corriendo un chino con boina y empezó a preguntar a todo el pasaje, nosotros incluidos, que tenía una reserva de dos personas que en teoría se tenían que quedar. “Qué envidia”, pensé, porque la verdad es que era ideal el sitio.

Los dos despistados no aparecieron y el barco zarpó con su ritmo cansino, incómodo y pausado, rumbo a Koh Rong. Después de la noche que habíamos tenido, nos moríamos de ganas de llegar al bungalow, pegarnos una buena ducha, comer y descansar.

Otra hora después, llegamos. El sitio era similar, la arena era blanca y fina, el agua muy transparente también pero había más ambiente. Había entre veinte y treinta edificios justo detrás de la playa, alineados, mucha gente joven, música, bares, hostales de un piso con el edificio completamente de madera… La verdad es que lo vimos con buenos ojos. Al hablar con los encargados de uno de los hostales nos dijeron que los bungalows nuestros no estaban allí, después de hacer tres llamadas.
¿Os acordáis de los despistados de la otra isla? No hace falta decir nada más… Cabreados –sobre todo Clara- con los de la barca, les dijimos que nos llevaran de vuelta a la otra isla porque nos habían indicado mal. Se negaron en rotundo y durante un rato estuvimos dándole vueltas a qué hacer, si buscar otro bungalow en Koh Rong o negociar con algún barquero que nos llevara. Llegados a este punto os admito que Camboya y su gente nos tiene un poco hasta las pelotas, por tramposos, machistas, irresponsables y maleducados. Por cierto, entre el 85 y el 95 por ciento de la población camboyana es china…

Encontramos al ‘Capitán’, un señor mayor, con unas cataratas inmensas y medioborracho, que se ofreció a llevarnos muy amablemente. Y por 20 dólares, claro. Al saber el lugar donde íbamos y la urgencia que teníamos, la tarifa subió a 30 dólares. Lo dicho, hasta los mismísimos nos tiene esta gente. Nada, que aceptamos y esta vez, el viaje de regreso en lugar de durar una hora duró 40 minutos que se hicieron eternos.

Estábamos tan cansados que solamente queríamos llegar a donde fuera. En el primer resort, que según Clara parecía que lo llevara un francés mayor y con aspecto de vicioso, nos dijeron que no era allí pero en el segundo, después de otras tres llamadas de comprobación, nos dijeron que era allí. El mismo chino de la boina y que en el barco, al enseñarle el papel del hotel nos dijo que no era allí, fue el que nos atendió en el ‘chek in’.

Llegamos mientras el sol caía y con la temperatura ideal para darse un baño relajante en un lugar de ensueño, antes de pegarnos un homenaje en la ducha y, ya de noche, ir al restaurante a por unos fideos los míos con ternera (4.5 dólares) y los de Clara con verduras (3.5). Además de nueve cervezas entre los dos, que hicieron de tranquilizante estupendamente.

Clara había leído en la guía que de noche, en esta isla, se podía ver brillar el plancton en el agua así que antes de dormir dimos un paseo por la fina arena, en busca del espectáculo. Ni rastro. Nos llevamos una pequeña decepción, aunque lo compensaba el hecho de ver un cielo estrellado hipnótico, similar al de la noche en mitad de la selva, pero seguimos caminando un rato y de repente vimos un destello en mitad de la arena de color verde fosforito. Y al llegar hasta allí nos dimos cuenta de que a cada pisada que dábamos se veía del mismo color. Fue increíble.

No solamente con las pisadas reaccionaban los destellos sino que al salpicar, todavía se veía más. Fue muy bonito, nos entretuvimos un buen rato, y sin duda el mejor broche posible a un día muy largo y muy duro. Bona nit.

Besetes!


(MÁS TARDE COLGAMOS LAS FOTOS, MIENTRAS DISFRUTAD CON EL VIDEO NADA MÁS DESPERTAR)

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